"Antes que el creador de valores está el hombre mismo, y no puede por tanto sacrificársele en nombre de nada superior a él mismo, pues no hay nada superior; esto es lo que quiso decir Kant cuando hablaba del hombre como un fin en sí mismo, y no un medio para un fin. Segundo, que las instituciones no están hechas sólo por los hombres, sino también para los hombres y cuando no les sirven deben desaparecer. Tercero, que los hombres no deben ser sacrificados, ni en nombre de ideas abstractas, por muy elevadas que sean, como el progreso o la libertad del género humano, ni de instituciones, pues ninguna de ellas tienen un valor absoluto en sí misma, dado que todo lo que tienen se lo han conferido hombres, que son los únicos que pueden hacer que las cosas sean valiosas o sagradas; por tanto, las tentativas de oponerse a ellas o de cambiarlas no son nunca una rebelión contra mandamientos divinos que deba castigarse con la destrucción. Cuarto (y esto se deduce del resto) que el peor de todos los pecados es degradar o humillar a seres humanos en nombre de algún lecho de Procrustes en el que se obligue a encajar contra su voluntad."
Isaiah Berlin, El fuste torcido de la Humanidad.
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