"Todo el inglés que sé lo aprendí solo", dice Zhou, mostrando los libros de texto que guarda en la mesa de despacho que apila al fondo de la copistería. Las páginas están sucias y manoseadas, llenas de tachones y frases escritas a lápiz en su letra pequeña y minuciosa. Son los ejercicios hechos durante años una y otra vez. "Siempre quise estudiar idiomas, pero mi educación se quebró por culpa de la Revolución Cultural", se lamenta Zhou al recordar los tres años que se vio forzado a abandonar la escuela cuando Mao ordenó que los jóvenes fueran al campo para aprender de los campesinos (estudiar era un "capricho burgués").
Sin embargo, el empeño de Zhou ha dado su fruto y ahora presume de poder conversar con cualquier laowai como Mario. "Cuando abrí el negocio apenas había extranjeros", dice Zhou. En 1991, obtuvo junto a su mujer la licencia para abrir la copistería, a la que llamaron Ji-Hui (La Oportunidad), un juego de palabras que resulta de combinar sus nombres de pila, Ji Ren y Lan Hui. Ahora, la tienda está flanqueada por edificios de oficinas y apartamentos de lujo, con nombres como Sun City o Seasons Park, donde residen muchos extranjeros.
"Laoweeeei zhao ni le!" (¡te buscan los extranjeros!), grita Lan Hui a su marido cada vez que un occidental entra por la puerta. Si no hay mucho trabajo, mientras Zhou atiende a los clientes, Lan Hui aprovecha para empezar una nueva partida de póker en el ordenador, su verdadera pasión. El matrimonio se pasa el día en la tienda, no cierran nunca. "El alquiler del local se ha doblado desde que abrimos", explica Zhou.
Pagan 80.000 yuanes al año (unos 8.000 euros) por un local que no alcanza los 50m2 el salario medio anual de un trabajador en Pekín es la mitad. Por una fotocopia, Zhou cobra 0.5 yuanes, (menos de 1 céntimo de euro), por escanear un documento, 5 yuanes (medio euro). Como la mayoría de la población, dependen de una única fórmula para prosperar: ahorrar y trabajar sin parar.
Lo consiguieron: el negocio que en 1991 empezó reparando máquinas de escribir ahora dispone de dos fotocopiadoras, una impresora para planos, dos ordenadores y un sencillo escáner. En un cuarto trasero, Zhou ha colocado una cama y un hornillo eléctrico donde su mujer cocina. "¿Qué prepararás hoy?", pregunta Zhou, hambriento. Ya ha pasado el mediodía, pero sobre una repisa esperan una cebolla, un calabacín y una palangana con setas en remojo.
Lan Hui continúa frente al ordenador, pendiente del póker. La copistería se ha quedado vacía. "La crisis se nota mucho", se lamenta Zhou, mirando por la ventana hacia los modernos bloques de oficinas y hoteles de cinco estrellas donde trabajan muchos de sus clientes. "Y este Pekín moderno no me gusta nada", concluye.
Andrea Rodés, Público, Pekín, el copista de Gongtibeilu que nunca cierra.
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