A las tres de la tarde, dos palmadas de los mayordomos reales preludian la llegada del cortejo real. Precedida por los canteros de negras sotanas y blancos sobrepellices, hace su entrada la reina, "erguida y hermética; más poseída de sus altas funciones que nunca", dice Almagro, y acompañada por el Nuncio de Su Santidad y el obispo de Sión.
Un diácono lee entonces el Evangelio de San Juan. "Doña María Cristina, auxiliada por un Grande de España que le alarga una toalla, se acerca a la hilera de pobres, sentados en bancos, y va secándoles uno por uno los pies sobre los cuales el señor Nuncio de Su Santidad ha vertido una gota de agua con perfume, que escancia de una magnífica jarra en plata repujada".
"... A los pobres se les entrega una cesta que contiene una espléndida comida con numerosos platos, la cual suele venderse inmediatamente, por una onza de oro, a la puerta misma de palacio."
Luis Carandell, El lavatorio de pies. Memoria del 98 (EL PAÍS).
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada