dijous, 8 d’abril del 2010

Mi abuelo (y III)

"La homosexualidad de Leopoldo María Panero sí fue más problemática, pero para su degracia no a causa de las dificultades para asumirla, sino por daños colaterales provocados por terceros. El español que estaba más en boga en la psiquiatría española era, en su época de juventud cuando sufrió los primeros internados psiquiátricos, el profesor barcelonés Francisco Arasa, director de la entonces prestigiosa revista científica Folia Humanística, quién pronunció una célebre conferencia en la Universidad de Wurzburg (Alemania) en octubre de 1968 sobre "Antopología de la Homosexualidad". Posteriormente, esta charla fue ampliada y publicada por Arasa en su revista.

La lectura, treinta años después, de este delirante artículo en una publicación que se tenía por seria y rigurosa, y que alcanzaba tanto a las ciencias como a las artes y las letras, provoca un espanto del que difícilmente puede uno sustraerse. Y ya no sólo por el profesor Arasa, divulgador de las teorías y prejuicios de su tiempo, sino por las prácticas que ponían en circulación los miembros de la comunidad cientítica internacional al atender y estudiar los numerosos casos de homosexualidad que caían en sus manos...

A juicio del doctor catalán, lo primero que había que aplicar era "una cinta magnetofóinica, que tiene grabada una hora de psicología analítica" y que se utiliza "para contrarrestar los síntomas del enfermo". Si ésta falla, el doctor pasaba a otras terapéuticas algo más peligrosas y les daba nombre: "la aversión mediante métodos químicos". Veamos ahora este método y el ejemplo que exhibía: "la apomorfina produce náuseas y vómitos. Como es natural, el enfermo se debe prestar voluntariamente". El médico español cita otros investigadores que "se han valido de schocks que les causan sacudidas en el antebrazo, alcanzando las mismas un nivel señalado por el aguante del propio enfermo. Estos 'shocks' van asociados con los diferentes aspectos de la "conducta desviante": se les causa una sacudida tan pronto como esos homosexuales empiezan a desarrollar una erección genital, al contemplar la fotografía de un hombre atractivo para ellos, o bien al sobrevenirles una fantasía agradable. Las erecciones son medidas mediante un aparato "penis-pletismógrafo". Esta terapéutica requiere de dos a tres sesiones diarias y por lo menos en número de 30 a 40: conjuntamente, hay que practicarles una psicoterapia mantenedora." Con todas estas medicinas, el doctor deía que "quizás" se pudiera hablar "de un 10% de éxitos en los homosexuales", aunque a decir verdad debería considerarse ya un logro que al término del tratamiento no viniese a recoger al enfermo a la funeraria. Pero eso sí, el profesor Arasa siempre era optimista: "otros casos de trastornos sexuales como transvestitas (sic), fetichistas y sadomasoquistas mejoran en mayor número con tales métodos". Como siempre, la realidad supera a la ficción.

Los experimentos de su colega endrocinólogo Nicola Pende fueron sobre animales, pero Arasa no se encomendó ni a dios ni al diablo y los aplicó en seres humanos, como él mismo explicaba: "siguiendo las ideas de Pende, he tratado a tres homosexuales mediante la inyección de un extracto pineálico con muy alentadores resultados, uniendo a este método una adecuada psicoterapia. La conjunción de ambos métodos se nos antoja la mejor de todas las terapias actuales".

Sorprende, o quizás no tanto, que Arasa reclamase para su trabajo de investigación pacientes jóvenes porque su "pronótisco de curación" era relativamente bueno en adolescentes que hacía poco tiempo habían descubierto "su tendencia al homosexualismo" o bien aquellos otros en quienes se vio despertado tal deseo "merced a las artes seductoras de un homosexual, conservando a pesar de ello esperanzas de superar dichas tendencias y hasta de repudiarlas por completo". No obstante, admitía al menos que "cuando existen profundas razones biogenéticas -y cuando no existe el deseo franco de tal repudio- el terapeuta apenas sí logrará éxito alguno".

Recomendó el profesor también a los padres que como Felicidad Blanc internaban a sus hijos homosexuales o "drogadictos", que ejercieran lo que llamaba "una adecuada profilaxis" frente al "peligro de permanecer parado en el propio sexo". Abominaba por ello del "puritanismo" heterosexual y reprochaba a los progenitores que mostrasen "contento" cuando "su hijo no se interesa por chicas" ya que a su juicio eso favorecía "una inclinación potencial al homosexualismo", que conllevaba "una aberración, y con ella, la neurosis".

No obstante esta sarta de barbaridades, el doctor Arasa intuía algo importante, aunque expresado con su peculiar lenguaje: "aún no se puede decir con certeza si tales sujetos son infelices, o si se convierten en neuróticos porque siempre deben aguantar el desprecio de la sociedad, o si la manera de ser anormal favorece precisamente su postura psíquica errónea".

Federico Utrera, Después de tantos desengaños. Vida y obra poéticas de los Panero.


(nota del Iceberg: Francisco Arasa ni era psiquiatra ni era el español más en boga en la psiquiatría de los años 60)