"Cuando vi al chófer ‘piador’ de Joan Laporta por allí no le di demasiada importancia. Cuando otro día descubrí que también estaba el guardaespaldas que traicionó al presidente en la mismísima portada de ‘Marca’, me empecé a preocupar. No sé, pensé: “Demasiadas coincidencias”. Días después, en un acto electoral, cuando observé que estaba por allí uno de los directivos de Núñez que mayor vinculación tenía con los llamados ‘morenos’ (amedrentadores de periodistas), me dije para mis adentros: “Esto no me gusta”. Cuando un día bajé a comer a la Boqueria y descubrí a la flor y nata del nuñismo loca de alegría por haber contribuido con centenares de firmas a engordar las cajas de la precandidatura de Sandro Rosell, empecé a preocuparme de verdad. Pero, cuando el pasado lunes, entré en París 123 (sede escogida con enorme originalidad e inteligencia, no solo por el nombre de la calle ¡París! sino también por su gracioso número) y observé con sorpresa que el primero que hacía guardia allí era Domènec García, vi escenificados mis temores, que espero, ansío, sueño, que no sean realidad.
Es decir, que rezo por estar equivocado. Es más, no me lo puedo creer y, como no me lo puedo creer, espero que todo lo que yo imagino no sea cierto. Y lo que imagino y me temo es que el nuevo presidente, en su intento de arrollar el día de la presentación de firmas, en su deseo, dicen, de aglutinar a todo el barcelonismo (me cuentan, me juran, que de buena fe, de muy buena fe), ha conversado (nadie habla de pactos ni concesiones, nadie) con muchos de los ‘ismos’ que quiere desterrar, ávidos todos ellos de maltratar a Laporta en su despedida. Es evidente que el diseño de la campaña de Rosell ha sido impecable; sus discursos, inmaculados; sus comparecencias, estudiadas; su proyecto (dado el triunfo arrollador), cautivador; pero creo que hubiese ganado igual presentando 8.000 firmas y sin haber adquirido, me temo, tantas complicidades, a mi juicio innecesarias o que pueden suponer, a la hora de organizar el club, un lastre enorme.
Me temo, sí, que hay cola de gente preguntando: “¿Cómo está lo mío, Sandro?”. Y, algo peor, ver a Domènec García por allí, sin bloc de notas, con más pinta de comisario político, de controlador de periodistas (función que cumplió en el nuñismo), sin reminiscencia alguna del excelente periodista que fue, me produjo un cosquilleo desagradable en el estómago. Porque, ahora que se va, me gustaría señalar que la libertad con la que hemos trabajado en la era Laporta, pese a los numerosos incidentes protagonizados por el presidente y las innumerables y ácidas críticas lanzadas contra él, le honra y debería de seguir siendo santo y seña de la presidencia del Barça. He oído a Rosell decir que no tiene deudas con nadie. Le creo y espero que así sea. Es más, sé que será así. "
Emilio Pérez de Rozas, Sport. ¿Cómo está lo mío, Sandro?
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