Rusia está conectada de Oeste a Este por la oficialmente llamada Autopista M-60. Desde Moscú hasta Vladivostok, esta pista supera miles de kilómetros a lo largo de dos continentes para unir a 130 millones de rusos. Viene a ser la versión local de la Route 66. Hoy debíamos enlazar tres etapas del viaje recorriendo la M-60. Nos las prometíamos felices, dada su condición de autopista. 350 kilómetros a velocidad de crucero. Pero cuál ha sido nuestra sorpresa cuando no habíamos recorrido ni 60 kilómetros desde Vladivostok que hemos descubierto que la famosa M-60, la mejor infraestructura de Siberia, no es una autopista: es mucho peor que cualquier carretera comarcal de la Península Ibérica.
Con razón la gerente de la agencia que nos ha tramitado el viaje nos ha admitido que nadie le había encargado un viaje así. Ella, ha dicho, ni por el amor de George Clooney pasaría dos semanas en coche y a pie por la taiga del Ussuri. ¿Cómo serán las carreteras nacionales? Alexey asegura que muchas de las carreteras secundarias que aparecen en los mapas no son tales, sino itinerarios para el ganado. “Que Dios esté con vosotros”, ha dicho la directora al despedirse.
Sinceramente, creo que exageran. Hay cierta tendencia inconsciente de los rusos para dejar a sus huéspedes con la sensación de que están en el Salvaje Este. Un buen ejemplo ha sido nuestra llegada a Ussuriysk, ciudad a tres horas en coche de la frontera con China y el principal centro de trading para los empresarios chinos. Al aparcar, a nuestro lado dormitaba un tipo dentro de una furgoneta. El hombre, es verdad, tenía cara de garrulo (para ser exactos, de campeón de pueblo en lanzamiento de cabra desde el campanario), pero no es razón para desconfiar de él, no todos podemos contar con el sex appeal de Clark Gable. Al poco rato ha aparecido un compañero suyo con la mandíbula bañada en oro y se han intercambiado unas palabras. “Dientes de oro” se ha ido rápido y Alexey, ni corto ni perezoso, le ha dicho al sujeto de la furgoneta que iba apuntar el número de matrícula de la furgoneta por si nos desvalijaban el coche. Se ha ido, sin más. Alexey reiteraba que eran “mafia local” pero yo, la verdad, no he visto nada sospechoso (aparte de la piñata de oro, que me recordó al personaje de Jaws en James Bond).
En Ussuriysk vale la pena visitar el mercado chino, más que nada para darse un garbeo por los dormitorios/celda en los que tienen malviviendo a los empleados chinos.
Hemos finalizado la jornada en Arseniev, ciudad que lleva desde 1952 el nombre del héroe de nuestro viaje. Fue fundada en 1902 y no lejos de aquí, Arseniev (el geógrafo) se reencontró con Dersu Uzala en su segunda expedición por la región.
Arseniev (la ciudad) era un poblacho de mala muerte hasta que la Guerra Fría le dio protagonismo militar. Actualmente sigue siendo sede de dos fábricas de producción de armamento, en especial los famosos helicópteros de combate Black Shark. Los helicópteros y los tigres que deambulan por la región son lo que da cierto prestigio a Arseniev. Al geólogo que da nombre a la ciudad sólo le conoce el alcalde y algún que otro despistado.
Arseniev es posiblemente la ciudad dormitorio más contundente de las que me he encontrado en mis visitas a países del extinto bloque comunista y de China. En invierno, a -30ºC, debe ser imposible de digerir. Arseniev es una cuadrícula de 20 calles x 20 calles, exclusivamente ocupadas por barrios de cubículos de hormigón prefabricados. Nada más. Restaurantes hay dos: uno ruso, que estaba hasta la bandera de hombres alcoholizados (Alexey, paranoico quizá, no quería que entráramos por miedo a que algún nacionalista borracho nos zurrara por no hablar ruso) y otro caucásico, en el que hemos comido una especie de San Jacobo (Francia), o wiener Schnitzel (Alemania) con queso fundido por encima.
Alexey ha ido perdiendo la timidez con cada vaso de cerveza que acompañaba la cena. Ha admitido que es la primera vez que hace de guía. Hasta hace pocas semanas había estado trabajando en un proyecto del gobierno para la protección de ballenas. Se ha pasado tres años en un barco de investigación. Volvía a su ciudad natal, Vladivostok, cada cuatro meses. Carga cierto trauma porque las novias le duran lo que un helado en el desierto. Su actual novia, o casi ex novia (como conté en capítulos anteriores, está en paradero desconocido), es boxeadora. La quiere recuperar pero no sabe de qué manera. Insisto en ayudarle pero parece no confiar en mis artes de Celestina.
Su tesis doctoral en biología la dedicó al estudio del espermatozoide de un tipo de gusano cuyo nombre no logré apuntar. Cuando Alexey ya andaba medio pedo, ha explicado que sus rasgos más morenos se deben a que su abuelo materno era judío. Sus bisabuelos fueron judíos deportados por Stalin a Siberia. Alexey reniega de la religión y de los judíos en especial, a quienes considera un peligro. Alexey ve peligro por todas partes. Su hermana, asegura, es muy diferente de él: vive en Portland, donde trabaja para la Agencia de Derechos Humanos del gobierno de los Estados Unidos.
Alexey es un hombre de maneras sencillas, tosco pero buena persona. Nos ha pagado la cena y mañana, si cumplimos con el cronómetro, dormiremos en un refugio de cazadores que tiene en propiedad un amigo suyo justo en el corazón del Ussuri.
Con razón la gerente de la agencia que nos ha tramitado el viaje nos ha admitido que nadie le había encargado un viaje así. Ella, ha dicho, ni por el amor de George Clooney pasaría dos semanas en coche y a pie por la taiga del Ussuri. ¿Cómo serán las carreteras nacionales? Alexey asegura que muchas de las carreteras secundarias que aparecen en los mapas no son tales, sino itinerarios para el ganado. “Que Dios esté con vosotros”, ha dicho la directora al despedirse.
Sinceramente, creo que exageran. Hay cierta tendencia inconsciente de los rusos para dejar a sus huéspedes con la sensación de que están en el Salvaje Este. Un buen ejemplo ha sido nuestra llegada a Ussuriysk, ciudad a tres horas en coche de la frontera con China y el principal centro de trading para los empresarios chinos. Al aparcar, a nuestro lado dormitaba un tipo dentro de una furgoneta. El hombre, es verdad, tenía cara de garrulo (para ser exactos, de campeón de pueblo en lanzamiento de cabra desde el campanario), pero no es razón para desconfiar de él, no todos podemos contar con el sex appeal de Clark Gable. Al poco rato ha aparecido un compañero suyo con la mandíbula bañada en oro y se han intercambiado unas palabras. “Dientes de oro” se ha ido rápido y Alexey, ni corto ni perezoso, le ha dicho al sujeto de la furgoneta que iba apuntar el número de matrícula de la furgoneta por si nos desvalijaban el coche. Se ha ido, sin más. Alexey reiteraba que eran “mafia local” pero yo, la verdad, no he visto nada sospechoso (aparte de la piñata de oro, que me recordó al personaje de Jaws en James Bond).
En Ussuriysk vale la pena visitar el mercado chino, más que nada para darse un garbeo por los dormitorios/celda en los que tienen malviviendo a los empleados chinos.
Hemos finalizado la jornada en Arseniev, ciudad que lleva desde 1952 el nombre del héroe de nuestro viaje. Fue fundada en 1902 y no lejos de aquí, Arseniev (el geógrafo) se reencontró con Dersu Uzala en su segunda expedición por la región.
Arseniev (la ciudad) era un poblacho de mala muerte hasta que la Guerra Fría le dio protagonismo militar. Actualmente sigue siendo sede de dos fábricas de producción de armamento, en especial los famosos helicópteros de combate Black Shark. Los helicópteros y los tigres que deambulan por la región son lo que da cierto prestigio a Arseniev. Al geólogo que da nombre a la ciudad sólo le conoce el alcalde y algún que otro despistado.
Arseniev es posiblemente la ciudad dormitorio más contundente de las que me he encontrado en mis visitas a países del extinto bloque comunista y de China. En invierno, a -30ºC, debe ser imposible de digerir. Arseniev es una cuadrícula de 20 calles x 20 calles, exclusivamente ocupadas por barrios de cubículos de hormigón prefabricados. Nada más. Restaurantes hay dos: uno ruso, que estaba hasta la bandera de hombres alcoholizados (Alexey, paranoico quizá, no quería que entráramos por miedo a que algún nacionalista borracho nos zurrara por no hablar ruso) y otro caucásico, en el que hemos comido una especie de San Jacobo (Francia), o wiener Schnitzel (Alemania) con queso fundido por encima.
Alexey ha ido perdiendo la timidez con cada vaso de cerveza que acompañaba la cena. Ha admitido que es la primera vez que hace de guía. Hasta hace pocas semanas había estado trabajando en un proyecto del gobierno para la protección de ballenas. Se ha pasado tres años en un barco de investigación. Volvía a su ciudad natal, Vladivostok, cada cuatro meses. Carga cierto trauma porque las novias le duran lo que un helado en el desierto. Su actual novia, o casi ex novia (como conté en capítulos anteriores, está en paradero desconocido), es boxeadora. La quiere recuperar pero no sabe de qué manera. Insisto en ayudarle pero parece no confiar en mis artes de Celestina.
Su tesis doctoral en biología la dedicó al estudio del espermatozoide de un tipo de gusano cuyo nombre no logré apuntar. Cuando Alexey ya andaba medio pedo, ha explicado que sus rasgos más morenos se deben a que su abuelo materno era judío. Sus bisabuelos fueron judíos deportados por Stalin a Siberia. Alexey reniega de la religión y de los judíos en especial, a quienes considera un peligro. Alexey ve peligro por todas partes. Su hermana, asegura, es muy diferente de él: vive en Portland, donde trabaja para la Agencia de Derechos Humanos del gobierno de los Estados Unidos.
Alexey es un hombre de maneras sencillas, tosco pero buena persona. Nos ha pagado la cena y mañana, si cumplimos con el cronómetro, dormiremos en un refugio de cazadores que tiene en propiedad un amigo suyo justo en el corazón del Ussuri.
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