dilluns, 2 d’agost del 2010

Khabarovsk (finale)


Hay cierta rivalidad entre Vladivostok y Khabarovsk por autoproclamarse la capital del Este ruso. A mi entender, Khabarovsk gana sobrada. Para empezar, Khabarovsk fue fundada cuarenta años antes que Vladivostok. En 1858, año de su fundación, se firmó en Khabarovsk el primer tratado ruso-chino de la era moderna. Khabarovsk se estableció en el enclave de los ríos Amur-Ussuri. Khabarovsk fue una ciudad relativamente abierta al mundo durante la URSS mientras Vladivostok permanecía aislada por su importancia militar. Khabarovsk, en definitiva, es una metrópolis de 700.000 habitantes bien urbanizada y Vladivostok no pasa de ser un intento de capital de provincia. Khabarovsk lo es.
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En Khabarovsk finalicé mi viaje esperando encontrar documentación más exhaustiva sobre Vladimir Arseniev. No ha sido así. Arseniev, más allá de los monumentos de rigor, es una figura abandonada pese a ser el Alexander von Humboldt del Far East. Su trabajo fue ingente. Sin embargo, hoy, en la librería central de Khabarovsk no venden ni un solo libro suyo, ni un ejemplar de Dersu Uzala.

En el museo de Geografía y Tradiciones de la ciudad, que él ayudó a enriquecer como director y a partir de sus expediciones como topógrafo, naturalista y etnógrafo, la exposición sobre su trayectoria es más bien pobre.

A partir de las fotografías que nos muestran de Arseniev, uno se hace la idea del cambio anímico que sufrió su persona con la revolución bolchevique. Antes de 1918, Arseniev se presenta con firmeza; tras el cambio político, siempre posa con una sonrisa que demuestra inseguridad. Sus cargos en la administración zarista supusieron la desconfianza del nuevo régimen y sólo fue gracias al apoyo de importantes intelectuales comunistas como Gorki que el hombre pudo mantener cierta relevancia profesional.

Que Khabarovsk tiene más envergadura como urbe que Vladivostok lo prueban nuestros varios encuentros con personas que chapurrean el inglés, algo inaudito en el conjunto del viaje. A saber:

*En el hotel Sapporo, donde pasamos la última noche, conversamos con el ‘manitas’ del hotel, el hombre encargado de las faenas técnicas. Interesante pasado el suyo, fue piloto militar estacionado en Cuba en 1989 y 1990.

*En una tienda local donde compré una nueva bolsa (la mochila militar de 16 euros se rompió y deshiló a la semana), nos atendió un ruso/coreano de padre puertorriqueño entusiasmado de encontrarse con extranjeros. De hecho, no debe ser algo tan inusual porque Khabarovsk es parada obligatoria para el cada vez más extendido turismo que cruza Rusia con el Transiberiano.

*En el aeropuerto, entre turistas y profesores rusos de música establecidos en Pekín (es lo que más se lleva entre la clase media china, tener un profesor ruso de violín o guitarra), charlamos con el cónsul chino que despedía a su mujer, de vuelta a China.

*En una cafetería nos comunicamos en inglés y a partir de dibujos con su encargada, un bellezón que es la novia del propietario. Cuenta que en septiembre pasará un mes de vacaciones en Barcelona e Ibiza. Esta chica, y tantas otras a contemplar por la calle, nos confirmaron que Khabarovsk goza de mayor refinamiento burgués y de una más consolidada clase media. Según lo visto en estas dos semanas, el teorema femenino ruso confirma que la belleza promedio de las mujeres es inversamente proporcional a su mal gusto en el vestir. Por el contrario, en Khabarovsk, el conjunto de ropa y sentido estético era más desarrollado.

La mujer en esta zona del mundo, imagino que siguiendo los parámetros de la moda que marca Moscú, viste invariablemente de la manera más sexy posible. Aquí la mujer luce sus excelentes proporciones físicas. La diferencia es que en la comarca, sea en un pueblo de 300 habitantes o en una ciudad de 20.000 almas, sea agricultora o secretaria, la mujer lleva un uniforme que parece salido de una película de Ed Wood o de una fiesta en la mansión de Play Boy. El conjunto puede consistir de zapatos de tacón de aguja made in china más minifalda rosa y blusa con bordados dorados y de escote extremo.

El hombre viste de la peor manera posible y el que cuida su imagen parece salido de una exposición de coches tuneados.
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Más allá de estos apuntes superficiales, el viaje al Ussuri vale la pena para los siguientes tipos curiosos:
-Para aquellos que quieren descubrir una de las últimas joyas naturales de este mundo y el negro futuro que nos espera tras su pronta extinción.
-Para aquellos que disfrutan del turismo político y sociológico. Perderse por la Rusia ‘profunda’ y encontrar a cada paso vestigios de la URSS es estética e intelectualmente de lo más atractivo.
-Para aquellos que creen que viajar no es hacer vacaciones sino un intensivo para aprender más de la condición humana.

El viaje al Ussuri es agotador y enriquecedor. Lo recomiendo a partir de los anteriores parámetros. Una vez os hayáis decidido, mi último consejo es: no os dejéis intimidar por el pesimismo de las gentes de este lugar. Os desaconsejarán algunas visitas por el peligro de ser atracados, linchados, absorbidos por un huracán, abducidos por marcianos, infectados por garrapatas radioactivas y devorados por el tigre.
La única amenaza real son los mosquitos.

Los rusos del Ussuri son gente impasible y al mismo tiempo, catastrofistas. Jamás había establecido contacto con una sociedad que hablara tan mal de su país y que viera las cosas tan negras. Al fin y al cabo, son humanos: tienen las mismas necesidades que nosotros y hemos roto el hielo y se han reído con las mismas ocurrencias que dedico a la panadera en Barcelona o al kioskero de Pekín.

2 comentaris:

  1. "Para aquellos que creen que viajar no es hacer vacaciones sino un intensivo para aprender más de la condición humana".

    ¡Qué gran frase!, digo con admiración y envidia por el viaje.

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  2. Muy buen aporte. El pasado mes de marzo, he estado de vacaciones en khabarovsk. Viviendo en casa de una amiga que conoci en barcelona hace un par de años. Y si, he quedado encantado por la belleza y lo exotico de esas gelidas tierras. De hecho en febrero me voy para alli 3 meses, y no descarto trasladarme por un tiempo indefinido.

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