La cena se pospuso; la celebramos Hugo, Lidia, mi mujer y yo en pleno agosto, en un sonriente nerviosismo general. Hugo se había dejado crecer patillas y un bigote desparejo, y aquella noche no llevaba ni corbata ni polo bien abotonado, sino una camisa verde manzana, una increíble camisa calada que le transparentaba el pecho.
HUGO: Sírvenos la sopa de una jodida vez, Lili, que nos van a dar las doce.
LIDIA: Ay Hugo, por favor, qué manera de hablar. Ya podrías hacer un esfuerzo.
HUGO: Vale (se ríe). Tienes razón, cariño (pausa). Pero sirve el meado de una jodida puta vez.
(Bajo la mirada angustiada de Lidia, Hugo inclina la cabeza hasta rozar el plato y sorbe ruidoso, a cucharadas ávidas, volcando la mitad, como un chino comiendo arroz.)
LIDIA: Antes no le gustaba la sopa.
HUGO: (masculla) Antes me gustabas tú.
LIDIA: ¿Qué? ¿Qué murmuras, Hugo? (con pánico.) ¿Qué ha dicho, Ignacio?
IGNACIO: No sé.
LIDIA: ¿Qué ha dicho? ¿Qué ha dicho?
IGNACIO: No he oído.
HUGO: Nada, no he dicho nada. Me preguntaba si alguna vez...
LIDIA: ¿Si alguna vez...?
HUGO: Nada... (risas). Pásame la sal.
(Las mujeres se levantan para recoger los platos y hacer café).
HUGO (a Ignacio, aparte): La tuya sí que está buena. En cambio la mía mira cómo anda balanceando el tripón, parece un pato borracho. Cuando rompa aguas sálvese quien pueda. La inundación (ríe). La otra noche soñé que estaba casado con ella, figúrate la pesadilla. ¡Y cuando desperté resultó que estaba casado con ella!
Ignacio Vidal-Folch, Amigos que no he vuelto a ver.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada