...Para olvidar el infierno, adentrarse en un infierno ¿mayor? No, distinto (William Blake supo dibujarlo). Para conjurar el tedio, una rutina casi litúrgica, la misa privada o compartida por el borracho. Para sobrellevar el cáliz de la vida, llenarlo de alcohol y ahogarse en él. Verlaine, Poe, Steinbeck, Faulkner, London, Scott Fitzgerald. Hemingway, Rulfo. Aderezarlo con anfetaminas y barbitúricos. Tennessee Williams. Cocaína. Morfina. Françoise Sagan dándole los buenos días a la tristeza desde la ventanilla de un coche a toda velocidad. Anne Sexton deteniendo el suyo en el garaje, motor en marcha, para dormirse con el monóxido de carbono y no volver a despertar. Naufragar para olvidar otros puertos donde la vida es en sí misma un naufragio perpetuo. Convertirse en un santo bebedor como Joseph Roth, en esa fuga sin fin de la Alemania nazi, de hotel en hotel, de vaso en vaso, hasta el derrumbe final en París. Richard Yates sucumbiendo tras Vía revolucionaria, pero también John Cheever levantándose después de Falconer. La ebriedad como desaparición consciente, pero también la resaca como forma de convalecencia, finita, maestra y revulsiva.
The busy bee has no time for sorrow, dijo también Blake.
Sergi Bellver, BCN Week. Literatura y Droga.
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