-Johannes Schlaf es tan conmovedor... Max Brod y yo fuimos a visitarle cuando estuvimos en Weimar. No quiso saber nada de literatura ni de arte. Todo su interés se concentraba en derribar el sistema solar vigente.
-Hace poco vi un grueso libro de Schlaf en que declaraba que la Tierra es el centro del universo.
-Sí, por aquel entonces ya defendía esa idea. Quiso convencernos a través de una explicación suya muy personal de las manchas solares. Nos llevó hasta la ventana de su pisito burgués y nos mostró el sol con ayuda de un viejo telescopio de colegial.
-Debieron reírse...
-¡Qué va! El mero hecho que se atreviera a enfrentarse a la ciencia y al universo mediante este ridículo objeto del pasado resultaba tan conmovedor y cómico a la vez que casi le hubiera creído.
-¿Qué se lo impidió?
-En realidad fue el café. Era muy malo. Tuvimos que irnos.
Le conté a Kafka la divertida anécdota de Reimann según la cual el editor Kurt Wolff de Leipzig había rechazado a las ocho de la mañana una traducción de Rabindranath Tagore, para dos horas más tarde mandar corriendo al lector a la central de correos a recuperar el manuscrito devuelto, ya que entretanto se había enterado por el periódico de que le habían concedido a Tagore el premio Nobel.
-Qué raro que lo rechazara -dijo Franz Kafka lentamente-. Tagore no está lejos de Kurt Wolff. Entre la India y Leipzig solo hay una distancia aparente. En verdad Rabindranath Tagore es un alemán disfrazado.
-¿Un viejo maestro de escuela, quizá?
-[...] No, eso no, aunque podría ser un sajón... Como Richard Wagner.
-O sea, ¿un místico con abrigo tirolés?
-Algo así.
Nos reímos.
+.+.+
Tanto la nación como la clase obrera no son más que generalizaciones abstractas, conceptos dogmáticos, apariencias nebulosas que sólo se han convertido en algo concreto gracias a una operación lingüística. Ambos conceptos solo tienen carta de realidad en cuanto creaciones lingüísticas.
Gustav Janouch, Conversaciones con Kafka.
-Hace poco vi un grueso libro de Schlaf en que declaraba que la Tierra es el centro del universo.
-Sí, por aquel entonces ya defendía esa idea. Quiso convencernos a través de una explicación suya muy personal de las manchas solares. Nos llevó hasta la ventana de su pisito burgués y nos mostró el sol con ayuda de un viejo telescopio de colegial.
-Debieron reírse...
-¡Qué va! El mero hecho que se atreviera a enfrentarse a la ciencia y al universo mediante este ridículo objeto del pasado resultaba tan conmovedor y cómico a la vez que casi le hubiera creído.
-¿Qué se lo impidió?
-En realidad fue el café. Era muy malo. Tuvimos que irnos.
Le conté a Kafka la divertida anécdota de Reimann según la cual el editor Kurt Wolff de Leipzig había rechazado a las ocho de la mañana una traducción de Rabindranath Tagore, para dos horas más tarde mandar corriendo al lector a la central de correos a recuperar el manuscrito devuelto, ya que entretanto se había enterado por el periódico de que le habían concedido a Tagore el premio Nobel.
-Qué raro que lo rechazara -dijo Franz Kafka lentamente-. Tagore no está lejos de Kurt Wolff. Entre la India y Leipzig solo hay una distancia aparente. En verdad Rabindranath Tagore es un alemán disfrazado.
-¿Un viejo maestro de escuela, quizá?
-[...] No, eso no, aunque podría ser un sajón... Como Richard Wagner.
-O sea, ¿un místico con abrigo tirolés?
-Algo así.
Nos reímos.
+.+.+
Tanto la nación como la clase obrera no son más que generalizaciones abstractas, conceptos dogmáticos, apariencias nebulosas que sólo se han convertido en algo concreto gracias a una operación lingüística. Ambos conceptos solo tienen carta de realidad en cuanto creaciones lingüísticas.
Gustav Janouch, Conversaciones con Kafka.