Me resulta posible representarme
aproximádamente a las mujeres de antes al recordar la silueta de mi madre
cosiendo, cuando yo era niño, al fondo de nuestra casa de Nihonbashi, a la rala rala luz procedente del jardín. Hasta esa época,
hablo de los años veinte del Meiji (hacia 1890), se construían todavía las
casas burguesas de Tokio de tal manera que eran muy oscuras y mi madre, mis
tías, alguna pariente nuestra, casi todas las mujeres de esa generación, se
ennegrecían los dientes. No recuerdo sus trajes de diario pero cuando se
vestían para salir solían llevar tejidos de color gris con dibujitos. Mi madre
era muy pequeñita, cinco pies apenas, pero no era la única, pues era la
estatura normal de las mujeres de aquella época. Incluso, se podría llegar a
decir que esas mujeres apneas tenían carne. De mi madre recuerdo el rostro, las
manos, vagamente los pies, pero mi memoria no ha conservado nada que se refiera
al resto de su cuerpo.
[...]
Estas mujeres, cuyo torso queda así reducido al estado de
soporte, están hechas de una superposición de no sé cuántas capas de seda o de
algodón y si se las despojara de sus vestidos sólo quedaría de ellas, como en
las muñecas, una varilla ridículamente desproporcionada. Antaño, esto carecía
de importancia porque estas mujeres, que vivían en la sombra y sólo eran un
rostro blanquecino, no necesitaban para nada tener un cuerpo. Mirándolo bien,
para los que celebran la triunfante belleza del desnudo de la mujer moderna,
debe ser muy difícil imaginar la belleza fantasmal de aquellas mujeres.
Algunos dirán que la falaz belleza creada por la penumbra no
es la belleza auténtica. No obstante, como decía anteriormente, nosotros los
orientales creamos belleza haciendo nacer sombras en lugares que en sí mismos
son insignificantes. Hay una vieja canción que dice:
Ramajes
reunidlos y anudadlos
una choza
desatadlos
la llanura de nuevo.
Nuestro pensamiento, en definitiva, procede análogamente: creo que lo
bello no es una sustancia en sí sino tan sólo un dibujo de sombras, un juego de
claroscuros producido por yuxtaposición de diferentes sustancias. Así como una
piedra fosforescente, colocada en la oscuridad, emite una irradiación y
expuesta a plena luz pierde toda su fascinación de joya preciosa, de igual
manera la belleza pierde su existencia si se le suprimen los efectos de la
sombra.
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