Existe desde hace poco menos de un siglo un nuevo tipo de intelectuales políticos, los llamados 'comprometidos', completamente diferentes de los intelectuales militantes del siglo de las luces y de 1848. La palabra 'comprometidos' va muy lejos: se comprometen con la política como otros lo hacen con la legión. La legión es el remedio del desesperado, le ofrece la más rigurosa participación, como un corsé de hierro que duele, pero que permite mantenerse derecho, caminar y vivir. Y por el otro, la superación, el olvido, la aventura... Igualmente, la política, para el intelectual alrededor del cual los lazos de participación han sido desechados o rotos, que teme la soledad mortal, hace oír su trompeta espartana, el clarín de la legión. Le gustaría ser el gran tatuado ideológico que huele a arena caliente.
Asi Barrès, nihilista desengañado, se hace cantor de la tierra y de los muertos, abanderado del nacionalismo integral, al tiempo que busca, incluso, la gracia religiosa que se le resiste, cuando penetra devotamente en cada iglesia de Francia. Malraux se fue a buscar en la revolución la gran participación biológica-guerrera, la "fraternidad viril", para luego refugiarse decepcionado, en la participación neo-barresiana de la tierra y los muertos. Ha zambullido su muerte en todos los ríos, ha tratado de ahogarla en todas las participaciones y siempre ha terminado por encontrarla pegada a él como la túnica de Nessus. Y cuántas adhesiones neuróticas de intelectuales al comunismo, para evitar tener que abrir "la espita del gas".
Qué duda cabe de que la re-participación política puede ser revitalizadora y hacer retroceder la neurosis de muerte. Pero, por lo general, cuanto mayor es la neurosis, mayor es la búsqueda de la religión comunitaria, o incluso de aquel calor originario del que ascienden cánticos enronquecidos. Sorprendente diálectica en la que la individualidad refinada, desengañada, ya no aspira a otra cosa que a la gregarización. El frágil esteta quiere retornar a la cosa bruta y convertirse en bruto.
Edgar Morin, El hombre y la muerte.
Asi Barrès, nihilista desengañado, se hace cantor de la tierra y de los muertos, abanderado del nacionalismo integral, al tiempo que busca, incluso, la gracia religiosa que se le resiste, cuando penetra devotamente en cada iglesia de Francia. Malraux se fue a buscar en la revolución la gran participación biológica-guerrera, la "fraternidad viril", para luego refugiarse decepcionado, en la participación neo-barresiana de la tierra y los muertos. Ha zambullido su muerte en todos los ríos, ha tratado de ahogarla en todas las participaciones y siempre ha terminado por encontrarla pegada a él como la túnica de Nessus. Y cuántas adhesiones neuróticas de intelectuales al comunismo, para evitar tener que abrir "la espita del gas".
Qué duda cabe de que la re-participación política puede ser revitalizadora y hacer retroceder la neurosis de muerte. Pero, por lo general, cuanto mayor es la neurosis, mayor es la búsqueda de la religión comunitaria, o incluso de aquel calor originario del que ascienden cánticos enronquecidos. Sorprendente diálectica en la que la individualidad refinada, desengañada, ya no aspira a otra cosa que a la gregarización. El frágil esteta quiere retornar a la cosa bruta y convertirse en bruto.
Edgar Morin, El hombre y la muerte.
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