Aunque los franceses purgaban a los toros para debilitarlos antes de las corridas y además les desafilaban los cuernos, aquellas tardes en Arlés eran para los exiliados españoles como volver por unas horas a la patria (una tarde en que un torero francés no lograba hace reaccionar a un toro, Picasso le gritó desde las gradas: “¡Háblale en español, que no te entiende!”). El cartel “Hoy toros, con la presencia de Picasso” se convertiría en un clásico durante las dos décadas siguientes. El vínculo entre el pintor y su peluquero, también: Arias afeitó dos veces por semana (y le cortó el pelo una vez al mes) a Picasso durante los veintiséis años siguientes. Al principio, era Picasso el que iba al Salon Arias, pero como los vallaurinos siempre le cedían el turno y se quedaban mirándolo mudos y boquiabiertos, Arias sugirió ir él hasta La Galloise, la casa de Picasso. Al poco tiempo de ir les regaló, a Picasso y a la Gilot, un sillón, porque según él no había ninguna silla de altura decente en La Galloise. Picasso, a su vez, le regaló un Renault Dauphine abandonado (su hijo Paulo lo había dejado allí, en una de sus tempestuosas visitas), para que Arias no tuviera que hacer caminando los tres kilómetros desde Vallauris hasta La Galloise.
Las raras veces que Picasso se perdía las corridas de toros de Arlés, Arias le traía de trofeo varios pares de cojones de toro, y los freían y los comían juntos. Arias tenía cojones de acero (con un tiro en el pulmón siguió peleando para los republicanos hasta el final, y cuando empezó la Segunda Guerra se enroló en las filas francesas, y cuando Pétain se rindió quiso enrolarse en la Legión Extranjera, pero no lo aceptaron, por aquella herida en el pulmón). Arias le hacía frente al mismísimo Dominguín. Un día el madrileño le dijo: “Los castizos somos mejores contadores de historias que los paletos”. Arias le contestó: “Vosotros bebéis el agua con la que yo me he lavado los cojones” (en Buitrago nace el río Lozoya, que llega hasta Madrid).
Con Arias era imposible quedarse con la última palabra. El párroco de Vallauris se cortaba el pelo en el Salon Arias y un día le dijo que no lo veía nunca por la iglesia. “Es que yo odio escuchar a alguien que no me deja contradecirlo”, contestó Arias, que se jactaba de ser “mucho más ateo” que Picasso. Jorge Semprún escribió: “Durante los años ’50 y ’60 quien quería ver a Picasso tenía que visitar primero el Salon Arias”. Cuando Semprún, Carrillo y otros comunistas españoles entraban clandestinos en España, Arias les hacía un peluca para que nadie los reconociera.
Juan Forn, Página 12, Arias a secas, republicano español.
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