Haciendo un breve recuento de las personas, hombres o mujeres, con las que nos gustaría reproducirnos, el saldo fue con más mujeres que hombres. Y este hecho era casi circunstancial, porque en realidad lo que nos atraía era la idea de tener un bebé con alguien, hombre o mujer, de confianza, una persona con una psique afín, inclusiva, alguien con quien compartiéramos amistad y un amor puro, alguien que no acabara decepcionándonos. Ese alguien, sin embargo, siempre era una mujer.
La ciencia reproductiva me fascina e intriga y aún más cuando se pone delirante y bordea los límites de lo ético. En teoría se podría fertilizar un óvulo con una célula procedente de un cuerpo femenino. Aunque todavía solo se haya probado con ratoncitos, y sin muchos resultados, si los científicos en lugar de seguir investigando en tratamientos contra la calvicie, como dice mi amiga Elisa, se pusieran a trabajar en esto, tarde o temprano dos mujeres podrían engendrar. Y, atención, tendría que ser una niña, porque nosotras no tenemos la información genética para obtener un niño. Parece un chiste misándrico, pero la fertilización de óvulos sin espermatozoide no es ninguna quimera. Es, en cambio, de varias formas, la muy plausible última frontera. Eso que faltaba por arrebatarle a la naturaleza. La liberación del hombre de su deber exclusivo de fecundador y la vía despejada para una hipotética refundación de la humanidad de óvulo a óvulo. Suena monstruoso pero justo.
Gabriela Wiener, Llamada perdida.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada