dimarts, 29 de novembre del 2016

Las leyes de la Historia



–Jaume Roures: Podríamos discutir durante horas sobre Cuba, sobre la visión parcial que tenemos, sobre qué cosas son importantes o sobre los hechos de la revolución cubana, o nos podemos quedar con la imagen manipulada, desde mi punto de vista, de la teórica represión y todas estas cosas. Yo creo que la política y la democracia se miden por la defensa de eso que se llama el interés general, el interés y el bienestar de las personas, y si comparamos las ratios de Cuba con los de cualquier país de América Latina, Cuba está muy por encima; y si vamos un poco más allá, podemos decir que en ratios de salud, educación, etcétera, no solo están por encima de los de América Latina sino por encima de los de España, sobre erradicación de la pobreza, sobre la erradicación del analfabetismo, etcétera. Lo que pasa es que en general es más cómodo ir poniendo el acento sobre si hay libertad de expresión y cosas similares, que también las podríamos comparar con las de aquí, por no ir tan lejos.

–Mònica Terribas: ¿Siempre será un blanco y negro? En el caso del repaso a Fidel Castro, siempre habrá quien continúe tildándole de dictador, y siempre habrá quien ponga en valor esto que dices.

–Jaume Roures: Nosotros hemos vivido una dictadura aquí, y tenemos parámetros para medir lo que realmente es una dictadura y qué no lo es. No hay dictadura que dure más de cincuenta años, como la supuesta dictadura de Fidel en Cuba, porque la gente no soporta las dictaduras durante tanto tiempo, y menos en el siglo XX y en el siglo XXI.

–Mònica Terribas: Nosotros la soportamos.

–Jaume Roures: ¿57 años?

–Mònica Terribas: 40, que tela.

–Jaume Roures: Bueno, sí, sí. Pero había gente en la calle, había disparos, había muertos, había torturas, había todo esto. Decenas de miles de personas en prisión, procesadas, y esto no pasa en Cuba, pese lo que se diga. Y si hubiera sucedido, en la escala que se dice, no habría aguantado ni Fidel ni nadie. Esto son las leyes de la historia, no excepciones cubanas.


Jaume RouresEl Matí de Catalunya Ràdio.

dijous, 24 de novembre del 2016

Amor impúdico

Somos, creo, la última generación que tuvo que ganarse, a pulso, el interés o la atención de sus padres. En muchos casos, lo conseguimos cuando ya era demasiado tarde. No consideraban que los niños fuesen una maravilla, sino un engorro, unos pesados a medio hacer. Y nos convertimos en una generación perdida de seductores natos. Tuvimos que inventar métodos mucho más sofisticados que tirar de la manga o echarnos a llorar para que nos hiciesen caso. Se nos exigía el mismo nivel que a los adultos, o al menos que no molestásemos y dejásemos hablar a los mayores. La primera vez que te enseñé una redacción escrita por mí, que había ganado un premio en el colegio –debía de tener unos ocho años–, me dijiste que no te enseñase nada más hasta que tuviese mil páginas escritas, que menos que eso no era una tentativa seria. Las buenas notas eran recibidas como una obviedad, las malas, con cierto fastidio, pero sin grandes broncas ni castigos. Ahora tengo la casa forrada con los dibujos de mi hijo pequeño y escucho al mayor tocar el piano con la misma reverencia que si fuese Bach resucitado.
A veces me pregunto qué ocurrirá cuando esta nueva generación de niños cuyas madres consideran la maternidad una religión –mujeres que dan de mamar a sus hijos hasta que tienen cinco años y entonces alternan el pecho con los espaguetis, mujeres cuyo único interés y preocupación y razón de ser son los niños, que educan a sus hijos como si fuesen a reinar sobre un imperio, que inundan las redes sociales de fotos de sus retoños, no solo de cumpleaños o viajes sino de sus hijos en el váter o sentados en un orinal (no hay amor más impúdico que el amor maternal contemporáneo)– crezcan y se conviertan en seres humanos tan deficientes, contradictorios e infelices como nosotros, tal vez más incluso, no creo que nadie pueda salir indemne de que le fotografíen cagando.


dijous, 10 de novembre del 2016

Moments estel·lars de la Humanitat



S'ha de felicitar Donald Trump i s'ha de confiar que faci de president i que ho faci molt diferent a com ho ha fet de candidat durant aquestes darreres setmanes i aquests darrers mesos. Dit això, semblava impossible que Trump guanyés, però ha guanyat. I dic això perquè, a ulls de molts, allò que a vegades sembla impossible, fins i tot en contra de molta part de l'opinió publicada, de tot tipus d'opinions, etcètera etcètera, acaba resultant possible. Ningú donava gaire perquè Trump fos el president dels Estats Units, tothom pensava que ho seria Hillary Clinton, i resulta que al final ho ha sigut Trump. Amb això també vull fer entendre, i al mateix temps fer notar, que de tant en tant allò que sembla gairebé impossible, esdevé possible. Apliquem-nos-ho tambe des d'una òptica catalana per reafirmar la nostra voluntat i el nostre objectiu davant dels mesos decisius que tenim per davant.

Artur Mas felicita Donald Trump.

dilluns, 7 de novembre del 2016

And leaves they turn to brown



And when she blows the candle flame to smoke
She says a prayer for all of those who live in houses and in homes
And Monday she'll go down town standing naked in the road
You may know what I am
But who I am you don't know.
She'll run across the mustard dust sand
Scream down the wind
And the sea is in a cold
Like when in holiday homes
And houses like sweet confectionery
And sandcastles and drinking wine
Hungry dinners perfectly timed.
And mother and father glowing young
Happy to be each other together
When she blows the candle out
She goes to bed and lies and drags through her head
The day that went way of every day
But tomorrow she'll fly a plane
Over the fields where the houses aren't built yet.
She smiled sweetly across the room
Through the lunch time smoke
And I loved her for a second
And discarded the queen and I know
How sweetness turns sour
And leaves they turn to brown
And then to earth and dust
And settle in this town
You get blown away...



Ocean Colour Scene, Get Blown Away.

divendres, 4 de novembre del 2016

The gathering of the bones

Not every culture prefers to avoid the bones. In the first century AD, the Romans built tall cremation pyres from pine logs. The uncoffined corpse was laid atop  the pyre and set ablaze. After the cremation ended, the mouriners collected the bones, hand-washed them in milk, and placed them in urns.
Lest you think bone washing hails only from the ancient bacchanalian past, bones also play a role in the death rituals of the contemporary Japan. During kotsuage ("the gathering of the bones") the mourners gather around the cremation machine when the bones are pulled out of the chamber. The bones are laid on a table and the family members come forward with long chopsticks to pick them up and transfer them into the urn. The family first plucks the bones of the feet, working their way up towards the head, so that the deceased person can walk into eternity upright.
At Westwind there was no family: only Mr. Martinez and me. In a famouse treatise called "The Pornography of Death", the anthropologist Geoffrey Gorer wrote, "in many cases, it would appear, cremation is chosen because it is felt to get rid of the dead more completely and finally than does buria". I was not Mr. Martinez's family; I did not know him, and yet there I was, the bearer of all ritual and all actions sorrounding his death. I was his one-woman kotsuage. In times past and in cultures all over the world, the ritual following a death has been a delicate dance performed by the proper practitioners at the proper time. For me to be in charge of this man's final moments, with no training other than a few weeks operating a cremation machine, did not seem right.
After whirling Mr. Martinez to ash in the Cremator, I poured him into a plastic bag and sealed it with a bread-bag twist tie. The plastic bag containing Mr. Martinez went into a brown plastic urn. We sold more expensive urns than this one in the arrengement room out front, gilded and decorated with mother-of-pearl doves on the side, but Mr. Martinez's family, like most families, chose no to buy one.
I punched his name into the label maker, which hummed and spat out the identity that would be stuck on the front of his eternal holding chamber. In my last act for Mr. Martinez, I placed him on a shelf above the cremation desk, where he joined the line of brown plastic soldiers, dutifully waiting for someone to come to claim them. Satisfied at having done my job and taken a man from corpse to ash, I left the crematorium at five p.m., covered in my fine layer of people dust.