This freedom to doubt is an important matter in the sciences and, I believe, in other fields. It was born of a struggle. It was a struggle to be permitted to doubt, to be unsure. And I do not want us to forget the importance of the struggle and, by default, to let the thing fall away. I feel a responsibility as a scientist who knows the great value of a satisfactory philosophy of ignorance, and the progress made possible by such a philosophy, progress which is the fruit of freedom of thought. I feel a responsibility to proclaim the value of this freedom and to teach that doubt is not to be feared, but that it is, to be welcomed as the possibility of a new potential for human beings. If you know that you are not sure, you have a chance to improve the situation. I want to demand this freedom for future generations.
Richard Feynman, The meaning of it all.
Todo se ha perdido, incluso el honor. Con este retoque de una frase histórica, podría resumirse el desastroso final del primer ensayo autonomista realizado en Cataluña. Las Cortes de la República acaban de rematarlo: el Estatuto quedó suspenso sine die. Y son muchísimos los catalanes que, en su inmenso estupor, andan ahora preocupados en descubrir la causa esencial, la más profunda, de tamaña catástrofe.
Unos, tal vez la mayoría, aun no aciertan a explicársela. Otros la atribuyen a determinadas personas, exclusivamente. Estos creen que los culpables son sus enemigos políticos. Los de más allá opinan que hubo mala suerte, como en una partida de naipes. Y son muy numerosos los que creen en brujas, es decir, los que hablan de misterios, traiciones y dobles fondos. No diré yo que todos esos pareceres, incluso los más fantásticos, no tengan su punto de razón. Se irán sabiendo algunas cosas extraordinarias y es posible que algún día se aclaren otras sensacionales. En un desatino tan formidable como el del 6 de octubre, hay campo para todo. Pero el conjunto de esas opiniones, de esos vagos rumores y esas crónicas subterráneas, revela nada más, a mi juicio, que continúa, perdida en lo secundario, la fatal desorientación de nuestra conciencia pública, y que en Cataluña todavía no hemos sabido remontarnos por encima de nuestro tremendo infortunio, para dominarlo en su plenitud y aprender en su amarga enseñanza. Por esto yo voy a procurar hacerlo solitariamente –como siempre–, y gritar desde aquí a todos mis compatriotas: «¡Alerta, catalanes! No os dejéis llevar de los personalismos v los partidismos, tan tentadores y fáciles porque a cada uno de nosotros nos lo explican todo, sin acusarnos de nada. Desconfiad de las explicaciones tenebrosas y melodramáticas. La culpa capital, la causa suprema de nuestra desventura, se debe a nosotros, a los catalanes todos, a Cataluña en peso, y muy en especial a sus partidos políticos más representativos. ¡Esta es la única explicación satisfactoria y profunda! ¡Esta es la pura verdad!».