In
der Schule ist es die erste Lektion: Die anderen blicken auf ihn herab.
Nikita ist der Kleine. Der, den man nicht ganz ernst nehmen muss. Aber
breit und muskulös ist er. Vor allem hat er eine schnelle, eine
schlagkräftige Faust.
Eine Faust, mit der er lernt, sich Respekt zu verschaffen. Ein paar
Dinge lernt er auch von seinem Vater. Schutzgeld-Erpresser ist dessen
Beruf. Der Vater sucht nach florierenden Firmen – das kann eine kleine
Bäckerei, eine Autogarage oder eine Fabrik mit fünfzig Mitarbeitern sein
–, meldet sich beim Inhaber, nennt eine Summe und ein Konto, auf dem
künftig regelmässig Geld einzutreffen hat. Andernfalls ist mit
Brandanschlägen, Kindsentführungen oder Mord zu rechnen.
Als Nikita, noch keine 20, 1994 das Aufgebot erhält, im ersten
Tschetschenienkrieg zu kämpfen, empfindet er einen gewissen Stolz.
Bittend steht das Vaterland vor ihm, es braucht seine Hilfe und hält ihn
für ein taugliches Mitglied der Gesellschaft. Nikita entgeht selbst nur
knapp dem Tod, in missglückten Manövern sieht er Freunde verrecken,
gute, langjährige Freunde. Nikita zweifelt, ob das ein notwendiger, ein
gerechter Krieg ist. Oder bloss ein politisches Spielchen. Zweifelt, ob
er als Soldat die richtige Aufgabe gefunden hat.
Eines Kriegstages erhält Nikita den Auftrag, zusammen mit seiner
Brigade ein Dorf zu säubern. In ein fremdes Dorf einzuziehen, schwer
bewaffnet, und zu schiessen. Zu schiessen auf alles, was sich bewegt.
Er hat nicht den Mut, sich dem Befehl zu widersetzen; er packt
Munition und Maschinengewehr, zieht los. Und steht alsbald allein einem
feindlichen Soldaten gegenüber; nahe genug, seine Gesichtszüge zu
erkennen. Nikita hat den Lauf seines Gewehres auf ihn gerichtet; der
andere hat den Lauf seines Gewehres auf Nikita gerichtet.
Nikita spürt: Er will, er kann diesen unschuldigen Mann nicht erschiessen.
Sekunden zerfliessen, nichts geschieht. Bis Nikita, als pazifistische
Geste, sein Gewehr zu Boden wirft und der Tschetschene, irritiert,
abdrückt. Mit einer Kugel in der Schulter schleppt sich Nikita ins
Lazarett.
+-+-+
Auf einem Sofa in Wald sitzen Schulter an Schulter zwei
Männer, die salatgrünen Gummistiefel reichen inhnen bis zur Mitte ihrer
Oberschenkel.
Ja, die beiden Männer sitzen. Auf diesem Sofa im
Wald. Sitzen so gemütlich, so reglos, dass sie längst Teil der
Landschaft, Teil dieses lichten Waldes geworden sind.
Urs Mannhart, Amour fou in Udatschny.
[La primera lección la recibe en la escuela: los demás le miran
por encima. Nikita es el pequeño, al que no toman en serio. Pero Nikita es ancho y musculoso. Y sobre todo tiene un puño que golpea fuerte y rápido.
Un puño con el que aprende a ser respetado. De su padre también aprende un par de cosas. El empleo del padre es cobrar mordidas. Busca una empresa a la que le vaya bien el negocio –puede ser una pequeña panadería, un garaje o una fábrica con cincuenta emplea–, se presenta ante el propietario, le da una cifra y un número de cuenta al que deberá a partir de ahora ingresar regularmente el dinero. De lo contrario, tendrá que enfrentarse a un incendio, al secuestro de sus hijos o incluso a la muerte.
Nikita sintió autentico orgullo cuando antes de cumplir los 20, en 1994, fue alistado para combatir en la primera guerra de Chechenia. La patria le llamaba, necesitaba de su ayuda y le reconocía como un miembro valioso de la sociedad. Nikita se salvó por poco de la muerte, en maniobras que fueron mal murieron amigos, buenos amigos de hacía años.
Nikita duda de si esta es una buena y justa guerra. O si en verdad simplemente se trata de un juego político. Duda de si como soldado ha encontrado el cometido correcto.
Un día en la guerra, Nikita recibió la orden, junto a su brigada, de limpiar un pueblo. Era destinado a un pueblo desconocido, fuertemente armado, con la misión de disparar. Tirar a todo lo que se moviera.
No tiene fuerzas para rechazar la orden; carga la munición y una metralleta y se pone en marcha. Y se encuentra de cara, solo, a un soldado enemigo; lo suficientemente cerca para distinguir los rasgos de su rostro. Nikita apunta el arma hacia él; el otro hace lo mismo.
Nikita siente que no quiere, que no puede disparar a este hombre inocente.
Pasan unos segundos sin que nada suceda. Hasta que Nikita, en un gesto de paz, lanza el arma al suelo y el checheno, enfadado, dispara. Con una bala en el hombro envía a Nikita al hospital.
+.+.+ En un sofá en el bosque están sentados hombro con hombro dos hombres, calzados con botas de agua de color verde que les llegan a la mitad de los muslos.
Sí, los dos hombres están allí sentados. En ese sofá en el bosque. Están sentados tan cómodos y tan quietos que hace tiempo que forman parte del paisaje, parte de este claro del bosque.]