Por encima de la sociedad real, cuya constitución aún era tradicional, confusa e irregular, diversas y contradictorias sus leyes, separados sus rangos, fijas las condiciones y desiguales las cargas, se iba así poco a poco edificando una sociedad imaginaria, en la que todo parecía simple y coordinado, uniforme, equitativo y conforme a la razón.
La imaginación de la muchedumbre fue desertando gradualmente de la primera para trasladarse a la segunda. Se desinteresó de lo que era para pensar en lo que podía ser, y vivió finalmente con el espíritu en esa ciudad ideal construida por los escritores.
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Cuando se estudia la historia de nuestra Revolución, se ve que fue conducida precisamente con el mismo espíritu que ha hecho escribir tantos libros abstractos sobre el gobierno. Idéntica atracción por las teorías generales, los sistemas completos de legislación y la exacta simetría en las leyes; idéntico desprecio por los hechos reales; idéntica confianza en la teoría; idéntica afición por lo original, lo ingenioso y lo nuevo en las instituciones; idéntico deseo de rehacer de una vez la entera organización estatal según las reglas de la lógica y según un plan único, en lugar de intentar reformar sus partes. ¡Terrible espectáculo!, pues lo que es virtud en el escritor es a veces vicio en el hombre de Estado, y las mismas cosas que a menudo dan lugar a hermosos libros pueden conducir a grandes revoluciones.
También el lenguaje político tomó algo del hablado por los escritores; se llenó de expresiones generales, de términos abstractos, de palabras ambiciosas, de giros literarios. Dicho estilo, favorecido por las pasiones políticas que lo utilizaban, penetró en todas las clases, y descendió con singular facilidad hasta las más bajas. Mucho antes de la Revolución, los edictos del Rey Luis XVI hablan a menudo de la ley natural y de los derechos del hombre. Hallo campesinos que, en sus peticiones, llaman a sus vecinos conciudadanos; al intendente, respetable magistrado; al cura de la parroquia, ministro de los altares, y al buen Dios, el Ser Supremo; les falta solo saber ortografía para convertirse en pésimos escritores.
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No siempre que se va de mal en peor se llega a una revolución. Sucede con más frecuencia que un pueblo que había soportado sin quejarse, y como sin sentirlas, las leyes más vejatorias, las rechace violentamente en cuanto el peso se aligera. El régimen que una revolución destruye es casi siempre mejor que el que la había precedido inmediatamente, y la experiencia enseña que el momento más peligroso para un mal gobierno es siempre aquel en que empieza a reformarse.
Alexis de Tocqueville, El antiguo Régimen y la Revolución.