Pero llega mi madre. Ayer colgó un icono en la sala. Susurra algo en un rincón, se pone de rodillas. Todos callan: el profesor, los médicos, las enfermeras. Se creen que yo no sospecho nada. Que no sé que pronto moriré. Ellos no saben que por la noche aprendo a volar.
¿Quién ha dicho que es fácil volar?
En otro tiempo escribía versos. Me había enamorado de una chica. Era en la quinta clase [8 años de edad]. En la séptima descubrí que la muerte existe. Mi poeta preferido es García Lorca. Lo le he leído todo de él: "La oscura raíz del grito". Por la noche, los versos suenan de otro modo. De un modo distinto.
He empezado a aprender a volar. No me gusta este juego, pero ¿qué le voy a hacer?
Mi mejor amigo se llamaba Andréi. Le han hecho dos operaciones y lo han mandado a casa. Al medio año le esperaba una tercera operación. El chico se colgó con su cinturón. En la clase vacía, cuando todos se fueron corriendo a hacer gimnasia. Los médicos le habían prohibido correr y saltar. Y él se consideraba el mejor futbolista de la escuela. Hasta... Hasta la operación.
Aquí tengo muchos amigos. Yulia, Katia, Vadim, Oxana, Oleg... Ahora Andréi.
—Nos moriremos y nos convertiremos en ciencia —decía Andréi.
—Nos moriremos y se olvidarán de nosotros —así pensaba Katia.
—Cuando me muera, no me enterréis en el cementerio; me dan miedo los cementerios, allí solo hay muertos y cuervos. Mejor me enterráis en el campo —nos pedía Oxana.
—Nos moriremos —lloraba Yulia.
Para mí el cielo está ahora vivo, cuando lo miro. Ellos están allí.
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