dissabte, 28 de maig del 2022

Prischepa

Me dirijo a Leshniuv, donde se ha instalado el estado mayor de la división. Mi compañero de viaje, como de costumbre, es Prischepa, un joven del Jubán: bellaco incansable, comunista intachable, futuro trapero, sifilítico despreocupado y tardo embustero. Viste largo y estrecho caftán de paño fino y un bashlyk de plumón que le cae sobre la espalda. Estuvo hablando de sí mismo todo el camino. Y no he podido olvidar su historia:

Hace como un año, Prischepa huyó de los blancos. En represalia, estos tomaron como rehenes a sus padres y los asesinaron en la división de contraespionaje. Los vecinos se apropiaron de sus posesiones. Cuando echaron a los blancos del Kublán, Prischepa regresó a su stanitsa natal.

Era por la mañana, al amanecer, y el sueño de los campesinos se imponía a un agrio y bochornoso calor. Prischepa consiguió una carreta oficial y se recorrió la stanitsa recogiendo sus gramófonos, los barriles para el kvas y las toallas bordadas por su madre. Salió a la calle con un abrigo negro y un puñal curvo en la cintura; la carreta avanzaba tras él. Prischepa fue de la casa de un vecino a la de otro mientras el rastro de sangre de sus suelas se extendía a su paso tras él. En las jatas donde el cosaco encontró objetos de su madre o el chibuquí del padre, dejó viejas rajadas, perros colgados de un pozo e iconos embadurnados en estiércol. Los habitantes de la stanitsa seguían taciturnos la ruta en tanto avivaban sus pipas. Los cosacos jóvenes se dispersaron por la estepa y se dedicaron a llevar la cuenta. Esta crecía: la stanitsa callaba. Al finalizar, Prischepa volvió a la desolada casa paterna. Colocó el desbaratado mobiliario según la disposición que recordaba de su infancia e hizo que le trajeran vodka. Tras encerrarse en la jata, estuvo bebiendo durante dos jornadas, cantando, llorando y destrozando las mesas a sablazos.

La tercera noche, la stanitsa vio humo sobre la isba de Prischepa. Chamuscado y andrajoso, con paso inseguro, sacó a la vaca del establo, le metió la pistola en la boca y disparó. La tierra humeaba bajo sus pies, el anillo azul de una llama asomó a través de la chimenea y se desvaneció, en la cuadra comenzaba a gemir un novillo abandonado. El incendio refulgía como un domingo. Prischepa desató al caballó, subió de un salto a la silla, arrojó al fuego un mechón de sus cabellos y desapareció.


Isaak Bábel, Ejército de caballería (Cuentos completos).